24 de diciembre de 2012

Origo gastronomía.


La historia de la gastronomía es la historia de la Humanidad misma, donde la básica necesidad de la comida ha ido agudizando el ingenio de los cada vez más modernos especímenes homo e incluso desde antes de serlo.

El comer y el cocinar. Recolectar, cazar, pescar, sembrar. El fuego original, la fuerza que todo lo cambió e hizo que el no hombre fuese cada vez menos animal y más hombre racional.
La mandíbula y la dentadura humana, forjadas durante miles de años por una alimentación caliente, cocinada a fuego lento o a fuego vivo, pero a fuego. El ígneo elemento que sirve para crear y para destruir. La dualidad natural que acaba siendo dualidad humana.
Seguramente esa gastronomía original que simplemente se basaba en el arte de comer para sobrevivir, era ya na gastronomía de fusión; una gastronomía que mezclaba todo aquello que encontraba, a lo que podía tener acceso y de una forma realmente original. Imaginen a las personas del pasado descubriendo la cerveza, el vino, la sopa, quemando cosas en el fuego probando qué podría ser válido para su futuro y qué no. La cantidad de pruebas, experimentos realizados durante miles de años para ir configurando lo que hoy llamaríamos nuestra gastronomía. Nuestra que seguramente fue de otros anteriormente y que adaptamos y hacemos evolucionar.

¿Por qué adoptamos y o adaptamos unos alimentos y otros no? Relaciono sin dudar este hecho con el mismo hecho de ser sociedades curiosas, grupos humanos que han tenido contactos milenarios con culturas y civilizaciones diferentes, que saben que la mezcla es lo puro y lo original. Adoptar y adaptar al gusto, educarlo porque en definitiva, ¿cuál era nuestro gusto original? Nos conformábamos con lo que nos rodeaba, pero no siempre fue así. Desde hace miles de años, seguramente con los primeros imperios y los primeros Estados organizados, una de las muestras de poder más visibles era el hacerse con alimentos inaccesibles para el resto de súbditos. Intercambios y fusión. Va en el ADN humano. ¿Cuándo se acabó el inventar?

Imagino a Ramsés II comiendo foie con carne de caza, como miles de años después haremos nosotros con esas hamburguesas gourmet con el mismo aderezo y que consideramos el súmmum de la gastronomía con pretensiones. Puedo ver a Moctezuma o a Luís XIV disfrutando de ágapes que no soñaríamos ahora mismo, rompedores y teatrales de verdad. Seguramente sus súbditos tampoco lograron ni soñarlos. Esa era la vida. Ahora ya no tiene por qué ser así.

La cocina fusión, la cocina tecnoemocional o la nueva nouvelle cuisine lo cambiaron casi todo. Nos sentimos más cerca de los Dioses, de esos fogones hasta hace poco cerrados al gran público pero abiertos para el goce del buen gastrónomo. No hablamos de precios ni de tangibles; la gastronomía habla de experiencias, de sensaciones y de sentimientos. ¿Cómo valorar una sensación? Esa pregunta es igual a intentar valorar el arte. Las grandes experiencias, esas que emocionan de verdad, no deben ser medidas por algo tan banal como la pecunia. Se pagan con gusto entradas  muy caras al fútbol, al tenis o a la ópera, pero se discute siempre sobre lo que cuesta una cena. De esas cosas, ¿qué es lo más perecedero o aquello que antes olvidamos? No lo sé, tal vez nada se nos olvide si la experiencia es inolvidable. Y ahí está el centro de todo. Mucho hay que experimentar y trabajar para conseguir momentos que tal vez se van a recordar de por vida, así que no se escatimen a ustedes mismos siempre que puedan alguna de esas experiencias.

Pero hay que elegir bien. Y no siempre es fácil diferenciar lo bueno de lo eterno.
La gastronomía en mayúsculas, de la pretensión grastronómica.
Igual que este blog, de los que son buenos de verdad.



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